jueves, 10 de noviembre de 2011

Vivir para el semestre, el trimestre, la evaluación o como quiera que la llamen


Desde que entramos en el sistema educativo, nuestra vida se ve forzada a llevar un ritmo, todas nuestras acciones y esfuerzos se ven encaminadas hacia un mismo fin: terminar el semestre.
 El famoso semestre va cambiando de nombre y apariencia con los años. En Chile, lugar dónde inicie mis estudios, es más conocido por trimestre, ya que son períodos de tres meses. Al venir a España descubrí que recibía el nombre de evaluación. Esto se debe a que una característica del semestre es acabar con un examen de evaluación. Finalmente, en la universidad adquiere el nombre de cuatrimestre. En esta última etapa el semestre está en su plenitud, su longitud es máxima, cuatro meses, y su final es apoteósico, con exámenes que acaban con las cabezas de los estudiantes por su gran extensión de contenidos.
Aunque a todos nos pasa igual, son pocos los precavidos que, valorando las consecuencias, eligen dedicarse por completo, o al menos lo necesario, para sacarlo a la primera. Estudian todos los días, van a clases y tienen unos apuntes envidiables. Se resignan a vivir por y para él, y le ganan la partida. Por otro lado están los optimistas: viven el semestre de forma alegre, confían en sus posibilidades, pero saben que al final de este más les vale hacer un esfuerzo titánico o sucumbirán ante su poder. Esto último les suele pasar y si tienen suerte, aprenden la lección. Por último, existen los superhombres que viven para el semestre pero tienen que hacer infinidad de cosas para lograrlo. Combinan con éxito trabajo, estudios y sociabilidad. Es posible que no abunden en la jungla del campus, pero no es una especie en extinción; al contrario, son los más fuertes.
Caso aparte son los derrotados. No los llamo así porque piense que son unos fracasados, es más, me identifico con ellos. A estas personas les pudo algún semestre en su vida y los destrozó. Toda la vida de ellos se vio envuelta en un gran fracaso, y en ese momento se dan cuenta de la influencia que tiene. No han conseguido algo que se han propuesto, su deber, y les acecha una sensación de Apocalipsis: la vida no tiene sentido. En ese momento dudan de todo, incluso llegas a pensar en dejarlo y empezar una nueva vida en el Tíbet junto a los monjes. Y es que probablemente ése sea el primer gran fracaso de su vida y, aunque lo hagan de forma conciente, seguirán sintiéndose mal. Esto les puede causar grandes cambios en una vida, tanto para mal como para bien. Les hace reflexionar sobre lo que has hecho y el estilo de vida que has llevado. “Quizás le estás dando demasiada importancia a los estudios”, les podrán decir,- ¡pero es que es mi futuro el que está en juego!- pensarán ellos
Así es la vida del estudiante, y estoy seguro de que muchos tenemos esto en común. Podemos aparentar que no nos preocupa, pero a las nueve de la mañana nos veremos en clase, o si no en Junio.  Va pasando el tiempo y nos vamos cansando, queremos dejar de estudiar y de ser evaluados para, por fin, hacer lo que de verdad nos gusta. No me refiero a vaguear, sino a conseguir nuestros sueños. Dudo que el sueño de alguien sea sacarse la carrera  con honores. Aun así empleamos el mejor momento de nuestras vidas estudiando, porque no sabemos qué es lo que realmente nos enamora y confiamos en que sea la carrera que hemos elegido.
Para terminar quiero transmitir que no debemos vivir para el semestre: debemos vivir para realizar nuestros sueños y que sacar el curso no tiene que ser más que una forma de conseguirlo. Y si no es así, creo que es mejor que lo dejes.

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